ESPACIOS PERMANENTES PARA EL DESARROLLO CULTURAL ENDÓGENO

Construyendo la nueva escuela liberadora

19 noviembre 2011

Una experiencia de comunicación dialógica en un EPDCUE


Se abre el telón:
Escena 1: Los estudiantes se dedican a la amena conversación, el profesor termina la última línea en el pizarrón.
Escena 2: El profesor habla entre el siéntate y cállate, los estudiantes simulan con gran esfuerzo y efímeramente, prestar atención.
Escena 3: Un ronquido y el pic-pic de las teclas del celular, mientras el profesor desarrolla su monólogo de sordo.
¿Cómo se llama la obra?
La aburrida realidad de una escuela que no educa. También podría llamarse: ceremonia de una decadencia en sus últimos estertores o simplemente: Aquí no hay comunicación.
Ciertamente la realidad supera “la escuela”, la delata y niega; Simón Rodríguez escribía: “Lo que no se hace sentir no se entiende y lo que no se entiende no interesa” “La enseñanza se reduce a fastidiarlos diciéndole, a cada instante y por años enteros, Así – así – así y siempre así, sin hacerles entender por qué ni con qué fin”. El que no haya experimentado esto o no lo entienda que lance el primer pupitre.
Pero quedarnos en la crítica sin ir a la propuesta experiencial es casi una irresponsabilidad. Reflexión-acción. Reflexionemos: ¿Cómo podemos hacer sentir si no comunicamos? y entonces ¿cómo hacemos entender? ¿Cómo hacemos para romper con esa educación basada en respuestas que nadie pidió, como lo dice Paulo Freire,  que aburren y no motivan; y cómo capturar la magia del interés que genera preguntas?
Lo primero es tomar conciencia que en un monólogo no hay comunicación, que la comunicación es dialógica, luego, entender que sin la necesidad motivadora del estudiante no se producirá interés de su parte.
Hay una experiencia que viene al caso, tiene que ver con la práctica que se desarrollan en Los Espacios Permanentes para el Desarrollo Cultural Endógeno” EPDCUE: Desarrollábamos un espacio de fotografía en un liceo de la zona, llevé a una fotógrafa para que hiciera el taller de fotografía con los jóvenes; en el turno de la mañana armamos en un salón el video beam y todo lo necesario, y comenzó como la lógica clásica lo indica “primero la teoría” y como quien “sabe” es el profesor, perdón el fotógrafo, comenzó un interesante y aburrido monólogo que fue desinteresando al estudiantado y los efectos se dejaron sentir, cuando fuimos a la práctica la desmotivación y el fastidio era tal, que el desempeño fue un desastre, fotografiar por fotografiar, para llenar un requisito. Gracias a dios que existen los almuerzos, en ese ínterin  pudimos reflexionar sobre lo acontecido y nos propusimos hacerlo al revés en el turno de la tarde. Unas someras explicaciones sobre el uso de la cámara y a tomar fotos se ha dicho. Eso era una locura motivante, todos querían hacer una foto, en la práctica se hablaba del encuadre, la composición y el color, se recorrió el liceo y sus alrededores, todo se fotografió, charcos de agua, rostros, hojas en el piso, etc. Regresamos al salón a vaciar las fotos en la computadora para verlas y estudiarlas… ¡La magia! A nadie le interesaba otra cosa que no fuera opinar y preguntar sobre la fotografía, no habían estudiantes distraídos ni hablando por el celular; lo mágicamente diferente era que no se estaba hablando de algo extraño al estudiante, eran sus fotos, no las de un eminente fotógrafo de Ragualpindi, Londres o qué se yo. Se había creado un diálogo desde una experiencia propia que generó una necesidad y esa necesidad inventó preguntas y se armó una verdadera comunicación educativa. Ahí está la magia. Tremenda experiencia donde todos aprendimos, la fotógrafo decidió cambiar el método… ¿Cuándo los profesores?
Emilio Farrera
Red Socio Cultural

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